Hacía muchos años que los griegos, bajo el mando del rey Ulises, atacaban la ciudad de Troya sin poder conquistarla. Entonces, Ulises tuvo una gran idea: construir rápidamente un gigantesco caballo de madera para engañar a sus enemigos.
Por la noche, se metieron en el caballo los más valientes guerreros griegos. Y los demás, a la mañana siguiente, subieron a sus naves como si se marcharan.
Los troyanos se pusieron muy contentos al ver que sus enemigos se retiraban. Pronto salieron de su ciudad y fueron apoderándose de todo lo que habían dejado los griegos. Aquel enorme caballo les llamó mucho la atención, y pensaron meterlo también en su ciudad, como si fuera un botín que hubieran conquistado al enemigo.
Durante toda la noche celebraron los troyanos lo que creían que era su victoria. Pero cuando estaban dormidos, Ulises y sus soldados salieron del caballo y, silenciosamente, abrieron las puertas de Troya para que entrasen los demás griegos, que habían vuelto aprovechando la oscuridad de la noche.
Así, gracias a la astucia de Ulises, en muy pocas horas conquistaron lo que no habían podido conseguir en muchos años.